
El fanático es una enfermo mental que adora a algo o a alguien de manera irracional. Su capacidad crítica queda anulada con respecto al objeto de adoración, al que convierte en el centro de su existencia. Y si alguien se atreve a hacer la más mínima crítica, por pequeña que sea, se convertirá en objetivo de furibundos ataques del fanático de turno.
Hay fanáticos evidentes de los de toda la vida: fanáticos de cantantes que coleccionan cualquier cosa relacionada con ellos; fanáticos deportivos dispuestos a matar a hinchas de otros equipos; fanáticos religiosos capaces de inmolarse por defender sus creencias; fanáticos políticos que ponen bombas y asesinan; hasta fanáticos de su pueblo o barrio.
Hay fanáticos más modernos: fanáticos vegetarianos que llaman asesinos a los que no siguen su dieta; fanáticos ex-adictos que pretenden salvarnos de demonios que son sólo suyos; fanáticos pro-animales que anteponen sus mascotas al resto de la humanidad; etc...
Y hay incluso fanáticos de causas más "pequeñas" pero que lo son tanto o más que los otros: fanáticos de su trabajo que esclavizan a sus subordinados; fanáticos de su pareja que arruinan su propia existencia y la de los que les rodean; fanáticos de los coches que gastan en maquear el suyo más de lo que les costó; y fanáticos de cualquier chorrada que les permita crear un club en internet para compartir experiencias fanáticas.
El fanatismo se ha apoderado de todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Ya parece imposible encontrar a alguien que discuta razonadamente sobre la cuestión más intrascendente. Solo hace falta ver los programas de debate en la tele para constatar que siempre se acaba imponiendo quien más grita y quien más descalifica a los demás. La Razón no está de moda.
Esta semana hemos podido ver como fanáticos de un equipo casi matan de un botellazo al entrenador del equipo rival. Y no contentos con ello apedrearon la ambulancia que le trasladaba al hospital. Y cómo fanáticos de extrema derecha se manifiestan para pedir la muerte de un etarra y para expesar su homofobia.
Probablemente en su vida diaria esta gente sean padres ejemplares, adorables abuelitas, vecinos ideales y hasta buena gente. Pero cuando les tocan el resote se transforman en fanáticos intransigentes que echan espuma por la boca y son capaces de agredir a cualquiera que no piense como ellos. Unos verderos cafres.
Visto como está el panorama probablemente sea el momento de volver a los postulados revolucionarios de 1789: Liberté, Egalité, Fraternité. Aunque hayan pasado más de 200 años siguen siendo yan vigentes como entonces. Y tan necesarios.
P.d. El fanatismo ha existido siempre y desgraciadamente siempre existirá. La Razón, al igual que la Justicia son ideales inalcanzables. Aunque no por ello hay que dejar de luchar por ellos.
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